Libia: “Esperé dos años y cinco meses para ser evacuado. Nunca sucedió”

John, eritreo de 38 años que actualmente vive y trabaja en Bélgica, relata cómo fueron los casi tres años que pasó en Libia

Como la mayoría de los refugiados y solicitantes de asilo de Eritrea, John abandonó su país para escapar del servicio nacional obligatorio por período indefinido, que las Naciones Unidas describe como “equivalente a la esclavitud”. Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) se reunieron con él por primera vez en junio de 2019 en un centro de detención libio, cuando estaba gravemente enfermo y desesperado por salir del país rumbo a Europa. Durante los casi tres años que pasó en Libia, estuvo encarcelado en cuatro centros de detención, uno detrás de otro. Este es su relato:

“La primera vez que intenté cruzar el Mediterráneo fue en diciembre de 2017. El traficante nos había avisado: ‘unos os iréis hoy y otros mañana’. Nos quedamos en la orilla mientras 180 personas subían a un bote antes de naufragar frente a la costa de Libia. Los guardacostas los devolvieron a la orilla y algunos de ellos consiguieron gritar: ‘¡no os tiréis al mar, es demasiado peligroso!’ Hui en compañía de otros 24 eritreos. Unos días más tarde, el bote que yo iba a embarcar se hundió. Ochenta personas se ahogaron. Eso pasó poco después de llegar a Libia.

Después de huir de Eritrea, trabajé en Sudán para ahorrar dinero: quería cruzar el Sahara y luego el Mediterráneo. Después me di cuenta de que el mar era peligroso, de que muchas personas se ahogan y me asusté. En esa época, ACNUR [la agencia de la ONU para los refugiados] empezó a registrar a los solicitantes de asilo como yo y a reasentar a algunos en Europa y en América del Norte. Como el registro se hacía principalmente en centros de detención, decidí entregarme en un centro de Trípoli. Me registraron en marzo de 2018. Pasé siete meses en ese centro y luego volvieron los combates en Trípoli. Nos trasladaron a otro centro de detención, aislado en las montañas, cerca de Zintan.

Muchos internos enfermaron. Yo tosía constantemente. Todavía no lo sabía, pero tenía tuberculosis. El director del centro y el equipo médico de una organización internacional seleccionaron a unos 40 detenidos y nos prometieron que nos trasladarían a un hospital de Trípoli. Pero en lugar de eso, nos llevaron a otro centro de detención y nos encerraron en un depósito durante varios meses. Ocho personas murieron a causa de la enfermedad. Fue durante este periodo, en abril de 2019, cuando conocí a los equipos de Médicos Sin Fronteras. Sus médicos nos examinaron y empezaron a trasladarnos a hospitales.

El centro de detención estaba situado en una zona de combate entre milicias rivales. Los bombardeos eran frecuentes y las balas a menudo entraban en nuestro recinto. Un día nos subieron a un autobús y nos dijeron: ‘estáis en una zona de guerra, sabemos que este lugar no es seguro. Os van a llevar al Centro de Acogida y Partida del ACNUR en Trípoli’. Todos estábamos contentos. Sabíamos que las personas alojadas en ese centro eran seleccionadas para ser evacuadas de Libia a Europa o América del Norte. Luego, cuando llegamos a Zawiya, a 50 km de Trípoli, un empleado de ACNUR nos dijo que no era necesario que fuéramos al centro. Nos abandonaron en Trípoli y nos dieron 450 dinares libios [unos 87 euros], apenas lo suficiente para dos semanas.

ACNUR dijo que íbamos a estar a salvo en la ciudad, pero para nosotros Trípoli no es ni libre ni segura. El barrio de Gargaresh está lleno de drogadictos, encontrar trabajo es muy difícil, la gente te apunta con pistolas y navajas, y hasta pueden matarte. Algunos de nosotros preferimos volver a un centro de detención antes que arriesgar nuestras vidas en las calles de Trípoli. Yo vivía en un edificio abandonado con otros 110 refugiados, la mayoría de ellos de origen eritreo. A veces nos juntábamos 12 en una habitación.

Un día fuimos a la oficina del ACNUR a pedir ayuda y nos robaron los milicianos que vigilaban un puesto de control en la ciudad. Algunos de nosotros intentamos trabajar, pero no nos pagaron o nos robaron. A mí me pasó en el hospital donde trabajaba como limpiador. Un comandante de la milicia intentó reclutarme para luchar junto a ellos. Huimos de Eritrea para no convertirnos en soldados, ¿cómo íbamos a participar en la guerra de Libia?

La época del coronavirus fue terrible para nosotros. Los que solían trabajar ya no encontraban trabajo. Algunos fueron encarcelados y golpeados. Los empleadores tenían miedo de que las personas negras africanas les infectaran con el coronavirus. Estábamos muy delgados a causa de otras enfermedades y por la falta de comida, pero cuando la gente nos veía por la calle, creían que teníamos el virus.

Yo todavía esperaba que ACNUR se pusiera en contacto conmigo para sacarme de Libia. Esperé dos años y cinco meses. Nunca sucedió. ¿Por qué iba a quedarme en Libia si ACNUR no me llamaba? Intentar cruzar el mar es exponerse a la muerte, pero quedarse en Libia también es exponerse a ella.

Si los refugiados intentan cruzar el mar es porque están desesperados. Yo estaba desesperado. En noviembre de 2020, volví a intentarlo. Me subí a un barco con 100 migrantes. Llegamos hasta la isla italiana de Lampedusa sin ayuda.

Muchos de mis compañeros siguen atrapados en Libia. De los 40 que fueron evacuados conmigo desde Zintan, dos murieron de tuberculosis en Trípoli. Otros dos desaparecieron en el Mediterráneo. Otro fue capturado por los guardacostas libios y encarcelado de nuevo en un centro de detención. Tres lograron cruzar, como yo. Por lo que sé, ACNUR solo ha seleccionado a cuatro para el reasentamiento. Muchos murieron en Libia durante los tres años que pasé allí. Ahora estoy a salvo en Europa. Tengo un trabajo. Soy libre, pero he perdido mucho y no puedo recuperar lo que perdí.”

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