La historia de una familia víctima de 'devoluciones en caliente' entre Lituania y Bielorrusia

“No esperábamos que nos pasara nada de esto, queríamos protección, pero hemos sufrido un viaje horrible y ahora mi familia está dividida entre Bielorrusia y Lituania”

En las zonas fronterizas boscosas de Lituania y Bielorrusia, solicitantes de asilo y migrantes, incluidas las familias con niños pequeños, son sometidos a repetidas devoluciones exprés sin acceso a procedimientos de asilo justos. Una madre narra a un equipo de Médicos Sin Fronteras la experiencia de su familia al ser devuelta una y otra vez por las autoridades lituanas y bielorrusas durante 30 días.

Los guardias fronterizos bielorrusos nos obligaron a entrar en Lituania. Les dijimos 'no queremos ir más', pero vinieron totalmente equipados y armados y nos intimidaron. Llevaban la cara cubierta. Nos metieron en coches y condujeron durante dos o tres horas cerca de la frontera con Lituania.

Solo nos dieron de comer tostadas que estaban tan secas como un trozo de madera. Cuando llegamos a la frontera, cortaron el alambre de espino de la valla con una herramienta y cruzamos al territorio lituano.

Los guardias bielorrusos se aseguraron de que entrábamos en Lituania hasta que hubiéramos recorrido cierta distancia, y luego se fueron.

Nos metieron en zonas donde hay cámaras de videovigilancia. Saludamos a las cámaras porque sabíamos que nos estarían viendo. Los guardias nos vieron en las pantallas y aparecieron en menos de tres minutos. ​

Nos hicieron fotos con nuestros pasaportes y luego los confiscaron junto con nuestros teléfonos móviles. Nos metieron en un coche y nos llevaron de vuelta al paso fronterizo. Nos dieron algo de comida y agua y nos devolvieron los pasaportes y el teléfono móvil. Luego abrieron la puerta (el paso fronterizo oficial) y nos dejaron volver a pie a Bielorrusia.

Conseguimos llegar a Minsk. En el segundo intento, tomamos una ruta hacia Polonia, pero nos atraparon los guardias fronterizos y nos golpearon de forma muy violenta. Mi hijo de 19 años fue agredido físicamente. Incluso mi marido, que tiene más de 50 años, recibió patadas y puñetazos.

Pasamos 30 días en el bosque en este bucle, yendo y viniendo, adelante y atrás. Hay mucha gente en el bosque, a ambos lados de la frontera. Algunas zonas boscosas son muy oscuras. Una vez oímos a gente cerca, era una familia kurda con niños que susurraban porque estaban muy asustados. Estaban en muy malas condiciones y no tenían ni cargadores para el móvil. Les ayudamos dándoles algo de comida y cargando sus teléfonos.

Durante esos 30 días, no nos establecimos en un solo lugar. Fuimos adelante y atrás unas diez veces entre Bielorrusia y Lituania. Los guardias no paraban de trasladarnos de un lado a otro, de acá para allá. Cuando nos capturaban, nos daban algo de comida en lata que estaba caducada y seca. Y aun así, ni siquiera podía comerla, la guardaba para mis hijos. Luego nos metían en coches y nos llevaban de vuelta a la frontera. Era como el gato y ratón. Estaba traumatizada y solo deseaba ir a cualquier lugar donde encontrara refugio para poner fin a nuestro sufrimiento.

Una de las veces que nos empujaron de vuelta a Bielorrusia estábamos destrozados, llovía mucho, no podíamos seguir avanzando, no teníamos más energía, así que nos quedamos allí mismo. Encendimos un fuego y dormimos hasta la mañana siguiente. Mi marido pedía desesperadamente ayuda por todas partes, estábamos en unas condiciones lamentables.

Estábamos todos juntos, pero en nuestro último intento de cruzar, tuvimos que dividir a nuestra familia. Junto a cuatro de mis hijos encontramos un taxi y le pedimos al conductor que nos denunciara a los guardias fronterizos porque mi hija necesitaba ayuda médica. Mi marido y dos de mis otros hijos, una niña de diez años y un niño de doce, se quedaron en el bosque, donde estuvieron varados durante una semana hasta que consiguieron regresar a Bielorrusia.

Al día siguiente, dos personas [de una ONG] hablaron con nosotros y nos enviaron a un campamento en Lituania. Al principio nos pusieron en una zona que parecía una prisión con vallas altas y alambre de espino. Luego nos trasladaron a un lugar más grande con más espacio para caminar, pero seguimos sin poder salir del campo. ​

Ha sido muy traumático.

No esperábamos que nos pasara nada de esto, queríamos protección. Pero hemos sufrido un viaje horrible y ahora mi familia está dividida. La mitad está en Bielorrusia: mi marido, una hija de diez años y un niño de doce. Mis otros hijos están aquí conmigo.

Estoy destrozada, no puedo soportar estar separada de mis hijos. Nos conectamos por teléfono todos los días y mi hija llora, los dos lloramos, y deseamos desesperadamente reunirnos. ​

La gente está dividida entre Bielorrusia y Lituania. Cuando tuvimos nuestra entrevista con el departamento de migración lituano, el funcionario me preguntó si quería añadir algo. Les pedí que ayudaran a la gente del bosque".

 

 

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