En el limbo: Refugiados rohingyas en Bangladesh tres años después del gran éxodo

La epidemia de COVID-19 agrava su vulnerabilidad y añade incertidumbre y riesgos cuando se cumple el tercer aniversario de su huida de Myanmar

Cox’s Bazar / Madrid, 24 de agosto de 2020.- “Vivir en los campos es difícil; la zona es pequeña y no hay espacio para que jueguen los niños”, explica Abu Siddik. Siddik reside en uno de los campos de refugiados situados en el distrito de Cox's Bazar, en el sureste de Bangladesh, donde alrededor de 860.000 rohingyas se encuentran hacinados en tan solo 26 kilómetros cuadrados de tierra.

Testimonios de refugiados rohingyas y de trabajadores de MSF Bangladesh.pdf

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“Dejé Myanmar porque mi casa fue incendiada. Mataban y torturaban a todo el mundo y acosaban a nuestras mujeres. No era seguro". Siddik se refiere a las "operaciones de limpieza" lanzadas por las fuerzas de seguridad de Myanmar que comenzaron en agosto de 2017 y condujeron a más de 700.000 rohingyas a cruzar la frontera a Bangladesh desde el vecino estado de Rakhine en cuestión de semanas. Los recién llegados se unieron a otros 200.000 refugiados que habían huido en olas de violencia anteriores.

Antes de escapar, muchos sufrieron o presenciaron una violencia terrible. Sus amigos y familiares murieron y sus casas fueron destruidas.

Poca esperanza para el futuro
Tres años después, hay pocas esperanzas de un cambio positivo
para los rohingyas o de que regresen a casa de manera segura y digna en el corto plazo. La gente sigue viviendo hacinada en habitáculos endebles hechos de plástico y bambú. Sus vidas permanecen en suspenso.

Las necesidades de salud mental de los rohingyas han evolucionado a lo largo de los años. El desempleo, la ansiedad por el futuro, las malas condiciones de vida y el escaso o nulo acceso a servicios básicos, como la educación, se han sumado a los traumáticos recuerdos de la violencia sufrida en Myanmar.

Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) reciben un número cada vez mayor de pacientes con problemas de salud mental en Cox's Bazar. Algunos pacientes están recibiendo tratamiento psiquiátrico por problemas graves de salud mental, como el trastorno bipolar y la esquizofrenia.

Las malas condiciones de vida, principal causa de enfermedad
La mayoría de los pacientes que vemos, tanto niños como adultos, vienen con infecciones respiratorias, enfermedades diarreicas e infecciones de la piel. Estas enfermedades están relacionadas, sobre todo, con las malas condiciones de vida”, afirma Tarikul Islam, responsable del equipo médico de MSF en el megacampo de Kutupalong-Balukhali, el campo de refugiados más grande del mundo.

Ahora hay más orden en los campos que en los primeros días de la emergencia, con mejores accesos y más letrinas y puntos de agua potable. Pero la vida aquí sigue siendo precaria. Cada año, cuando llega la estación monzónica, el riesgo de inundaciones, deslizamientos de tierra y de que la gente pierda las pocas posesiones que tiene es muy real.

Los refugiados también afrontan problemas económicos. Por eso no sorprende que las personas se tomen su tiempo para buscar atención médica, lo cual empeora su situación.

Algunos pacientes llegan tarde, cuando ya están gravemente enfermos. Cuando un paciente no llega a tiempo, cuando su condición se ha complicado y la enfermedad ya daña otros órganos, requiere mucha más atención y nos resulta muy complicado revertir la situación”, explica la pediatra de MSF Ferdyoli Porcel.

En Myanmar, muchas comunidades rohingyas recibían una atención médica deficiente o estaban excluidos de la asistencia sanitaria. Esto ha tenido importantes consecuencias médicas y también ha hecho que los rohingyas se sientan menos cómodos a la hora de buscar atención médica en los campamentos.

Como explica Ferdyoli, “otro problema está relacionado con la atención prenatal y los partos en el hogar, cuando las mujeres presentan complicaciones en los partos en el hogar o sus bebés nacen con problemas. Un parto —continúa la pediatra peruana— en un hospital permite responder a estas complicaciones y nos da la oportunidad de ayudar al bebé a respirar si nace con problemas o ayudar a la madre si está perdiendo sangre”.

El desafío adicional de la COVID-19
Este año, la COVID-19 ha traído consigo desafíos extras. El primer caso de COVID-19 en los campamentos fue confirmado el 15 de mayo. El impacto inmediato fue una mayor erosión de la confianza en el sistema sanitario. Los rumores y la desinformación abundan, y el miedo mantiene alejadas de las clínicas a personas que necesitan atención médica esencial no relacionada con la OVID-19.

“Algunos pacientes no admitían abiertamente los síntomas relacionados con la COVID-19 porque pensaban que serían tratados de manera diferente”, explica Tarikul Islam.

Jobaida dio a luz hace unas semanas en el hospital materno-infantil de MSF en Goyalmara. Ella y su bebé pasaron seis días en la unidad de cuidados intensivos neonatales, tiempo durante el cual se les hizo la prueba de la COVID-19. “La prueba dio positivo —explica Jobaida— y me trasladaron a la sala de aislamiento con mi bebé. Pasamos 12 días allí. Tenía miedo porque hay una creencia en nuestra comunidad de que contraer la COVID-19 significa que vas a morir. Los médicos y enfermeras fueron muy amables; me apoyaron y me controlaron todos los días. No parecían tener miedo de acercarse a mí, a pesar de que era contagiosa, lo que me ayudó a sentirme menos estigmatizada".

Crear confianza con las comunidades
Compartir información sobre la COVID-19 y crear conciencia entre las comunidades ha sido crucial
en la respuesta de MSF, pero las restricciones de la red móvil en los campamentos y sus alrededores ha limitado hacerlo a través de las redes sociales o mediante SMS. Para evitar reunir a gente en grupos, los equipos de MSF en los campamentos y en las aldeas vecinas van casa por casa, hablando con los miembros de la familia.

Algunos proveedores de salud, incluido MSF, tuvieron que reducir actividades, especialmente en los primeros días de la pandemia, debido a la escasez de personal y recursos. Esto, a su vez, tuvo consecuencias para quienes necesitaban atención médica.

Los esfuerzos para contener la propagación de la COVID-19 también han acarreado mayores restricciones de movimiento en los campos. Esto ha dificultado aún más el acceso a la asistencia sanitaria y ha dificultado que pacientes con enfermedades "invisibles", como trastornos psiquiátricos o enfermedades no transmisibles como la diabetes, demostraran que estaban enfermos y pudieran acudir a los centros de salud.

Un panorama sombrío en la región
A medida que pasan los meses y los años, el 25 de agosto se convierte en recordatorio de las décadas de violencia, persecución, discriminación y negación de los derechos básicos sufridos por los rohingyas. MSF también es testigo de las consecuencias sobre estas vidas en el limbo entre las comunidades rohingyas con las que trabaja en lugares como Myanmar y Malasia.

Los rohingyas que permanecen en el estado de Rakhine continúan sufriendo discriminación y segregación, en particular en forma de restricciones de movimiento que limitan su acceso a la atención médica.

En Malasia, que alberga una de las poblaciones más grandes de rohingyas fuera de Myanmar, muchos de estos no buscan atención médica y tardan en hacerlo hasta que su condición se vuelve muy grave por temor a ser denunciados a las autoridades migratorias y resultar detenidos. Las barreras para acceder al empleo se traducen en que la mayoría no puede costearse la atención médica.

En los últimos meses, los países del sureste asiático se han negado repetidamente a que barcos que transportaban cientos de refugiados que huían de los campos de Bangladesh desembarcaran en sus costas por temor a la COVID-19. Muchas personas han estado a la deriva durante semanas con poca comida y agua y, a menudo, siendo víctimas de abusos.

La vulnerabilidad de los rohingyas se ha visto agravada por la pandemia COVID-19. Su falta de estatus legal y la ausencia de soluciones a largo plazo y más sostenibles significan que su futuro es más incierto que nunca”, subraya Alan Pereira, coordinador de MSF en Bangladesh. “En un momento en el que muchos en todo el mundo ven sus movimientos restringidos, sus planes pospuestos y sus trabajos en peligro, es importante recordar que esta ha sido la vida de los rohingyas durante generaciones”, concluye.


En Cox's Bazar, MSF gestiona 10 hospitales y centros de atención primaria. Las actividades cubren servicios hospitalarios y ambulatorios, cuidados intensivos y de urgencia, pediatría, obstetricia, salud sexual y reproductiva y tratamiento para supervivientes de violencia sexual y pacientes con enfermedades no transmisibles.

Durante los primeros seis meses de 2020, los equipos de MSF realizaron cerca de 173.000 consultas ambulatorias y de urgencia, hospitalizaron a más de 9.100 pacientes, llevaron a cabo 22.600 consultas prenatales y 14.250 consultas individuales de salud mental y asistieron unos 2.000 partos.

En respuesta a la COVID-19, los equipos de MSF realizan actividades de promoción de la salud para crear conciencia y educar a las comunidades, forman a trabajadores de primera línea en medidas de prevención y control de infecciones, y han creado salas de aislamiento en todas sus instalaciones de salud así como centros de tratamiento especializados.

 

 

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