Dos años después, aún no hay soluciones para los rohingyas

El 25 de agosto se cumplen dos años de la violenta ofensiva militar en Myanmar que obligó a más de 745.000 rohingyas a cruzar la frontera hacia Bangladesh. Para los apátridas rohingyas, esta fecha es el recordatorio de décadas de violencia, persecución, discriminación y negación de derechos básicos. MSF ha ampliado enormemente sus actividades en Bangladesh desde entonces y también proporciona asistencia a rohingyas en Malasia y en el estado de Rakhine, en Myanmar.

Madrid / Bangladesh, 21 de agosto de 2019

Desde que la campaña de violencia contra los rohingyas ocupó titulares hace dos años, se ha avanzado muy poco en resolver su falta de estatus legal en la región, o abordar las causas de su exclusión en Myanmar. Hasta la fecha, no se han ofrecido soluciones significativas para los rohingyas, que han sido empujados al margen de la sociedad en prácticamente todos los países a los que han huido. En Bangladesh, más de 912.000 rohingyas aún viven en las mismas estructuras básicas de bambú que cuando llegaron, afrontan limitaciones de movimiento y de acceso a trabajo, y siguen dependiendo totalmente de la ayuda humanitaria.

Muchas de las enfermedades que Médicos Sin Fronteras (MSF) trata en sus clínicas en Cox’s Bazar son el resultado de las malas condiciones de vida en las que viven los rohingyas, con escaso acceso a letrinas o agua limpia. MSF trata a decenas de miles de pacientes al mes. Entre agosto de 2017 y junio de 2019, los equipos realizaron más de 1.3 millones de consultas médicas. La organización proporciona actualmente atención interna y externa, consultas de urgencia, servicios de salud sexual y reproductiva, y atención médica de emergencia en diez estructuras sanitarias. También ha apoyado diversas campañas de vacunación lideradas por el Gobierno de Bangladesh para prevenir la propagación de la difteria, el sarampión y el cólera. A pesar de estas campañas, MSF ha tratado a más de 7.000 pacientes por difteria y a más de 5.000 pacientes por sospecha de sarampión.

En el gran campo de acogida de Kutupalong, Bibi Jan explica los eventos que la obligaron a huir de Bangladesh mientras intenta tapar sus cicatrices. Sus dos hermanos fueron asesinados, ella misma fue apuñalada y su aldea quedó arrasada. Las limitaciones de acceso a la ​ educación formal privan a las generaciones futuras de la oportunidad de mejorar su situación. "Quiero enviar a mis hijos a la escuela, pero no tengo suficiente dinero y no podemos abandonar el campo. Es difícil planificar un futuro para nuestros hijos", dice Bibi Jan. "Si trabajáramos, no necesitaríamos raciones de comida, podríamos sobrevivir por nuestra cuenta".

Niñas jugando en el campo de refugiados rohingyas de Kutupalong. © Dalila Mahdawi/MSF
Niñas jugando en el campo de refugiados rohingyas de Kutupalong. © Dalila Mahdawi/MSF

La salud mental sigue siendo una necesidad en los refugiados rohingyas insuficientemente atendida. ​ La violencia que les forzó a huir de sus hogares en Myanmar, combinada con la peligrosa travesía, el estrés diario en los campos y la incertidumbre acerca de su futuro, significa que muchos refugiados reexperimentan recuerdos traumáticos y sufren ansiedad generalizada, ataques de pánico, pesadillas recurrentes e insomnio, o enfermedades como desorden de estrés postraumático y depresión.

Myanmar: Sin el fin de la crisis a la vista

La situación a la que se enfrentan los rohingyas que todavía permanecen en Myanmar es igualmente sombría. En 1982, una Ley de Ciudadanía los hizo apátridas, y en los últimos años se les ha despojado aún más sus derechos, desde la inclusión ciudadana, el derecho a la educación, el matrimonio, la planificación familiar, la libertad de movimiento y el acceso a la atención médica.

En 2012, la violencia entre las comunidades rohingyas y de Rakhine dejó aldeas enteras arrasadas. Desde entonces, unos 128.000 musulmanes rohingya y kaman en el centro de Rakhine han vivido en campos de desplazados abarrotados y miserables.  Sin libertad de circulación y de empleo, y con limitación de acceso a los servicios básicos, también dependen por completo de la asistencia humanitaria.

"No hay oportunidades reales de empleo; apenas hay opciones para la pesca. Debido al poco comercio, no podemos comprar las cosas que queremos", dice Suleiman, un rohingya que reside en Nget Chaung en Myanmar, un área donde viven unas 9.000 personas. "La gente está triste, frustrada porque no puede ir a ningún lado ni hacer nada. Nos guardamos nuestra frustración en el interior porque no podemos hablar. Ni siquiera podemos desplazarnos al municipio de al lado. La gente lo guarda todo adentro, a presión”.

Se estima que quedan entre 550.000 y 600.000 rohingyas en todo el estado de Rakhine. El empeoramiento del conflicto entre las fuerzas de seguridad de Myanmar y el ​ Ejército de Arakán (Arakan Army), un grupo armado integrado por miembros de la etnia rakhine, ha complicado aún más si cabe el día a día de los rohingyas y otras comunidades de la zona. ​ 

Malasia: empujados a una mayor precariedad

Los rohingyas también permanecen en el limbo en Malasia, adonde han huido en los últimos 30 años. Allí, la falta de estatus legal los empuja junto a otros refugiados y solicitantes de asilo a una situación cada vez más precaria. Incapaces de trabajar legalmente, a menudo acaban en la economía de mercado negro de Malasia, donde son vulnerables a la explotación, la servidumbre por deudas o a los accidentes laborales. Caminar por la calle o incluso buscar atención médica puede hacer que los refugiados sean enviados a centros de detención o extorsionados.

Iman Hussein, de 22 años, huyó de Rakhine en 2015 y pasó un tiempo en Tailandia antes de llegar a Penang, Malasia. Como muchos refugiados, se ha ganado la vida trabajando en la construcción. Su jefe no le ha pagado su salario en las últimas 10 semanas, pero dice que no tiene más remedio que seguir trabajando mientras vive allí y que sería indigente si se fuera.

Iman, de 22 años, es original de Rakhine, Myanmar. Huyó del país en 2015, rumbo a Tailandia antes de llegar a Malasia. © Arnaud Finistre
Iman, de 22 años, es original de Rakhine, Myanmar. Huyó del país en 2015, rumbo a Tailandia antes de llegar a Malasia. © Arnaud Finistre

"En los últimos dos años, se ha hecho muy poco esfuerzo real para abordar las causas subyacentes de la discriminación que sufrenlos rohingyas y permitirles regresar a sus hogares de manera segura", dice Benoit de Gryse, responsable de operaciones de MSF para Myanmar y Malasia. "Para que los rohingyas tengan alguna posibilidad de un futuro mejor, la comunidad internacional debe redoblar sus esfuerzos diplomáticos con Myanmar y defender un mayor reconocimiento legal para un grupo increíblemente carente de poder".


Nota para medios

MSF en Bangladesh

MSF ha estado presente en Bangladesh desde 1992 proporcionando consultas externas, internas, centros de alimentación terapéutica, así como servicios de agua y saneamiento. Desde 2009, MSF proporciona atención médica en Cox’s Bazar tanto para los refugiados rohingyas como para la población local. La organización gestiona tres hospitales, cuatro centros de salud primarios, dos puestos de salud fijos y un centro de aislamiento para respuesta a brotes. También ha construido 10 redes de agua proporcionando a los refugiados agua clorada apta para el consumo.

MSF en Myanmar

MSF ha estado trabajando en el estado de Rakhine desde 1994 y actualmente gestiona clínicas móviles de atención primaria en salud y apoya traslados de emergencia tanto al centro como norte de Rakhine. También gestiona proyectos en otras cinco regiones a lo largo de Myanmar.

MSF en Malasia

MSF ha estado presente en Malasia desde 2004. A partir de 2015, MSF ha proporcionado atención médica a rohingyas sin estatus legal y a otras comunidades de refugiados en el estado de Penang. También proporciona atención médica primaria a través de clínicas móviles en varias comunidades de refugiados en Penang, y una clínica fija en la parte continental del estado. MSF también facilita el traslado a estructuras de atención médica de segundo grado en el país.

 

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