Decretado el fin de la epidemia de ébola en la provincia de Ecuador, República Democrática del Congo
El brote, decretado el pasado 1 de junio, ha sido dado por finalizado hoy. Se confirmaron un total de 130 personas contagiadas y 55 muertes.
Kinshasha, 18 de noviembre de 2020. El décimo brote de Ébola en República Democrática del Congo (RDC) azotó el este del país entre 2018 y principios de 2020, y se convirtió en el mayor de su historia. El undécimo, que hoy se ha dado por finalizado en la provincia Ecuador, en el oeste de RDC, fue muy diferente a su predecesor: avanzó a baja intensidad, generó pequeños focos en áreas aisladas y se caracterizó sobre todo por tener una tasa de mortalidad más baja.
El doctor Guyguy Manangama, responsable de MSF en la respuesta a la epidemia de Ébola en la provincia de Ecuador, describe en esta entrevista realizada a principios de noviembre, cuando la epidemia aún no se había dado oficialmente terminada, y actualizada a fecha 18 de noviembre, algunas de las claves que han permitido terminar con esta epidemia en apenas cinco meses. También analiza los aspectos más destacados de la intervención de MSF, basada en un enfoque comunitario, a través de pequeñas estructuras médicas en el corazón mismo de las poblaciones afectadas, y con una respuesta mucho más descentralizada que en anteriores ocasiones.
¿Puede ponernos en antecedentes? ¿Cuándo comenzó este último brote, que fue declarado el pasado 1 de junio, y cómo se ha llegado hasta el punto de poder darlo por extinguido cinco meses después?
Los primeros casos se registraron en la ciudad de Mbandaka, el centro administrativo de Ecuador, antes de que comenzaran a aparecer pequeños focos en los distritos más periféricos. Desde entonces, el brote fue avanzando a un ritmo lento, aunque extendiéndose por una amplia región. Llegó a afectar a 13 de las 17 zonas sanitarias de la provincia.
Desde el principio en este brote de ébola, el undécimo que afecta al país desde que existen registros, observamos niveles bastante más bajos de carga viral y mortalidad de los que vimos en el décimo, que azotó el este del país entre 2018 y 2020. En el de Ecuador, la mortalidad sigue siendo alta en términos relativos, con una tasa del 43%, pero ha bajado desde el 67% que vimos durante el brote en las provincias de Kivu Norte e Ituri.
Una posible explicación es que existe algún tipo de inmunidad natural entre las personas en la provincia de Ecuador, ya que esta región ha experimentado brotes de Ébola antes; el más reciente hace apenas dos años. Podemos decir que los reservorios del virus están tradicionalmente presentes allí. Por lo tanto, es posible que algunas personas hayan experimentado una exposición de bajo nivel al virus antes y puedan ser inmunes de alguna manera.
Esta es solo una hipótesis basada en observaciones, pero se necesita más análisis para comprender de verdad lo que ha pasado. Además, hoy nos beneficiamos del progreso científico logrado en los últimos años, incluida nuestra capacidad para usar una vacuna y tratamientos curativos que ya habían demostrado ser efectivos en ensayos clínicos realizados durante el brote anterior en Kivu del Norte e Ituri.
¿Cuáles son las principales diferencias entre el décimo y el undécimo brotes y cómo afectaron estas diferencias a vuestras actividades?
La epidemia anterior, que dejó 3.317 casos entre confirmados y probables y 2.287 muertes, fue excepcional en muchos sentidos, incluido el hecho de que tuvo lugar en una zona que nunca antes había visto la enfermedad y que era además un área de conflicto armado. En aquella ocasión, los principales desafíos fueron de seguridad y de acceso a la población, mientras que en la epidemia en Ecuador el principal desafío fue el logístico, ya que muchas de las poblaciones donde aparecían casos estaban en lugares muy remotos y aislados.
Por eso el brote que se da por finalizado hoy, ha sido, en muchos sentidos, bastante diferente. No hemos visto grandes focos en entornos urbanos, sino casos esporádicos que no parecían extenderse de forma lineal; al carecer de carreteras importantes de larga distancia, por ejemplo, las comunidades en Ecuador se mueven a lo largo de los serpenteantes canales fluviales de la zona, a medida que van de una pequeña aldea a otra. Como resultado, los casos se iban dando en pequeñas localidades, de no más de 80-100 habitantes, dispersos en una vasta área.
¿Qué papel han jugado las nuevas herramientas desarrolladas durante el último brote, como la primera vacuna contra el Ébola (que desde entonces ha sido autorizada) y los nuevos tratamientos?
En el brote de Ecuador, la vacuna se pudo utilizar desde el primer momento y eso está claro que puede haber jugado un papel importante en la reducción de la propagación del virus. Habitualmente, la estrategia se basa en vacunar a las personas que hayan tenido contacto directo o indirecto con los enfermos, aunque en las zonas rurales y escasamente pobladas suele ser más conveniente y eficaz vacunar a toda la comunidad, que es lo que hicimos en este caso. Esto, obviamente, da como resultado un mayor nivel de protección. Con respecto a los nuevos tratamientos, al principio sufrimos algunos retrasos, pero después se implementaron de manera óptima en todos los centros de tratamiento.
Hoy, estas herramientas permiten un cambio radical de enfoque. Si bien limitar la circulación del virus del Ébola sigue siendo un objetivo muy importante para la respuesta, ahora los esfuerzos se centran cada vez más en la atención, en el tratamiento y en la recuperación del paciente.
Anteriormente, podíamos hacer poco más que aislar a los enfermos y proporcionarles tratamientos sintomáticos, por ejemplo, para la fiebre o la deshidratación. Tener tratamientos curativos a nuestra disposición significa que el paciente y la calidad de la atención pueden ocupar un lugar central.
También se han producido más avances en lo que respecta a la profilaxis posterior a la exposición; esto incluye la administración de anticuerpos monoclonales a personas con una alta probabilidad de desarrollar la enfermedad, tras una exposición de alto riesgo al virus (por ejemplo, a través del contacto con la sangre de un paciente), siempre que se realice dentro de las 72 horas posteriores a la exposición.
Uno de los principales desafíos en Kivu del Norte e Ituri fue la reacción de la gente ante la llegada de los equipos de respuesta. ¿Cómo ha sido la relación con las comunidades en la provincia de Ecuador?
En el noreste de la República Democrática del Congo, trabajamos en un contexto inestable, marcado por un conflicto muy violento, lo cual generó tensiones y situaciones de seguridad complicadas. En Ecuador, el ambiente es mucho más tranquilo. La buena relación entre el personal sanitario y la población local también se puede atribuir al nuevo enfoque adoptado para la respuesta, que se basa en el empoderamiento de las microestructuras descentralizadas para la atención del Ébola en los centros sanitarios locales, cercanos a los pacientes y las comunidades, apoyándose en los trabajadores sanitarios locales. Limitamos al máximo el uso de grandes instalaciones centralizadas y de personal que no fuera el local. En resumen, apoyamos a la red de salud local para identificar, aislar y tratar a los pacientes con Ébola, minimizando la necesidad de establecer un sistema paralelo.
Promovimos este enfoque ya en 2019, mientras abordamos el brote anterior en el este del país. Ahora ha sido adoptado por todos los involucrados en la respuesta médica, incluido el Ministerio de Salud, y tiene muchas ventajas. Los grandes centros de tratamiento no son del gusto de las comunidades ni son fácilmente aceptados por los pacientes y sus familias; están herméticamente sellados, impenetrables... provocan miedo. La incomprensión y hostilidad que generaron los centros en 2018 y 2019 causaron reacciones duras, en ocasiones muy violentas.
Al tener la opción de ser tratados más cerca de casa, en instalaciones conocidas y accesibles para sus familiares, los pacientes están mucho más dispuestos a acudir en busca de ayuda en caso de que aparezcan síntomas. Si están infectados con Ébola, la admisión temprana a la atención también aumenta sus posibilidades de recuperación y reduce las posibilidades de contagiar a otras personas. Al enviar nuestros equipos móviles, también hemos tenido en cuenta las demás necesidades médicas que pudieran tener las personas; no nos hemos centrado solo en los pacientes de ébola. Y esto también ha contribuido en gran medida a la buena aceptación de nuestros equipos por parte de las comunidades.
Este virus mortal por fin está comenzando a parecer una enfermedad muy grave pero tratable, e incluso prevenible hasta cierto punto mediante la vacunación, en lugar de una amenaza biológica.
Fernando Calero